jueves, octubre 07, 2004

Nota sobre el recital de Los Cafres y The Wailers en el Anfiteatro Humberto de Nito el miércoles 6 de octubre del 2004

Con mucha gente en el anfiteatro -y mucha gente fuera- arrancaron Los Cafres cuando dieron exactamente las 21:30. Un largo camino recorrido, que los llevó a tocar con grandes del género como Inner Circle, Gregory Isaacs, Jimmy Cliff, Alpha Blondy o Yellowman, no restó importancia al hecho de compartir escenario con los que crearon el género o "la mejor banda de reggae del mundo" como ellos mismos la llamaron. Y se notaba el respeto. Tocaron poco tiempo (apenas más de media hora) y sonaron impecables ¿Qué mejor muestra de respeto para los maestros que tocar reggae como los dioses? Porque lo único que diferenció a los jamaiquinos de los argentinos es la mística, la historia y la onda que eso produce, pero musicalmente Los Cafres demostraron ser impecables. Guillermo Bonetto canta y conduce al grupo con tanta soltura que contagia ganas de bailar y cantar. "Sueña por el hoy". "Aire" y "De mi mente" fueron momentos destacables de su actuación y sirvieron como muestra de que "Espejitos" es un disco importante del género -y no sólo de él- en la Argentina.
La 'perla' de la noche fue el reiterado furcio de Bonetto confundiéndonos con Córdoba. "Vamos, Córdoba", "Aguante, Córdoba", etc. La gente tardó bastante tiempo en hacerle saber que estaba tocando en Rosario y no había nadie en el público que no pensara en los efectos de la marihuana en el cantante. De todas maneras Bonetto aclaró el tema con la anécdota de haber hecho algo parecido en Chascomús cuando gritó: "¡¡¡¡ arriba Chacabuco !!!!"
Anécdota aparte, Los Cafres son una de las bandas pilares del reggae argentino y tienen ese lugar gracias a su profesionalidad sobre el escenario, sus buenas canciones y una fidelidad al género que no los vuelve fanáticos conservadores. Una demostración de que miente el que dice que "la mejor banda de reggae de Argentina nunca podría tocar tan bien como la peor banda de reggae de Jamaica".
Terminado el show de Los Cafres quedaba esperar el plato fuerte de la noche. The Wailers empezó bien tranquilo con dos temas instrumentales mostrando un camino que funde el reggae bien "root" con la improvisación jazzera a cargo de Glen Da Costa (saxo tenor), Vincent Gordon (trompeta) y Earl Lindo (Organo Hammond). La diferencia básica con las bandas reggae argentinas está fundamentalmente es el color áspero, entrecortado y negro de los vientos y el órgano Hammond que recuerda la deuda del reggae con el R&B de New Orleans al igual que el clavinet.
Una ovación recibió a las tres coristas negras que ingresaron al escenario bailando y a toda la banda con un "Lively up yourself" antológico. El cantante -su nombre no figura en ninguna gacetilla- llevó con entusiasmo y humildad ese "mal de época" que consiste en ver personas parecidas a otras ocupando su lugar (¡viene The Doors a Buenos Aires! ... La biotecnología hará el resto). La presencia de Aston Barrett en el centro del escenario era aurática y por si fuera poco Earl Lindo y Al Anderson a cada lado. Había 40 años de música parados ahí, casi al alcance de la mano. Y que por suerte no descansaban en los laureles.
De todas formas hay que decir que fue una noche en la que se ausentaron inexplicablemente grandes hits de Bob Marley & The Wailers. "Legend" es el disco que tienen casi todos y es a la vez una excelente recopilación. Por eso extrañó la ausencia de "Is this love", "I shot the sheriff", "Satisfy my soul", "Jamming", "Buffalo Soldier" o "Could you be loved". Es sólo una observación del notero pero que también se escuchó entre el público. Igual no opacó la noche porque sí estuvieron en el repertorio una muy sentida versión de "No woman, no cry", una vuelta de tuerca a "Get up, Stand up" con un juego de vientos muy efectivo, "Redemption song" con banda para el bis y "Three little birds".
Fue una noche que Rosario pudo vivir -al fin- después de tantas cosas que llegaron y llegan al país y no pasan por aquí. El bajo de Barrett, el sonido hammond y clavinet de Earl Lindo, esos vientos cortantes y bien negros, las voces casi gospel de las coristas, esos comienzos de batería tan típicos, el wah-wah de la guitarra de Al Anderson, hicieron que la noche sea de ésas que van a recordarse por años.

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