jueves, septiembre 23, 2004

Nota sobre la versión libre de "La Biblia" de Vox Dei arreglada por Martín Cura

La versión de "La Biblia" arreglada por Martín Cura e interpretada por músicos que estudian en Escuela Musimedios se presentó los días 2 y 3 de setiembre en el Teatro Broadway. Griselda Montenegro dirigió la coreografía que bailaron una treintena de personas. La noche comenzó con un solo de guitarra (muy Malsteem) de Mauro Rossi que de entrada mostró que la noche iba a sonar muy distinta al mítico disco de Vox Dei. Sonaba un poco a virtuosismo pero estaba bien. El escenario no era una "rosarinada" más. Buenas luces, buen sonido y sobre todo, sorprendió una muy buena perfomance de los bailarines. El trabajo coreográfico era sencillo pero muy efectivo y creaba un clima totalmente acorde a cada parte de la obra y que, incluso, desapareció cuando tenía que desaparecer. El vestuario mostraba la misma sencillez y efectividad. Con poco hicieron lo que tenían que hacer y lo hicieron bien. El problema (que a la altura del tercer tema ya se mostraba como todo un problema) era el concepto musical del arreglo. La publicidad del evento hacía mucho hincapié en 10 músicos en escena. Y la verdad es que los músicos actuaron impecables. Un baterista, dos guitarristas, un bajista, dos tecladistas, dos percusionistas: una banda grande. ¿Entonces por qué la manía de agregar pistas a todo? Aparte de los 10 músicos se podían escuchar a otros 10 en pistas pregrabadas. No logro entender la desconfianza a la actuación en vivo que se ve hoy día en grupos de todo tipo (desde Los Piojos a Peter Gabriel). ¿Por qué? Aparte de las pistas (que, es cierto, puede ser discutible) el concepto sonoro era chato. Sonaba sin espesor o, lo que es parecido, con el mismo espesor que tienen las pistas pregrabadas de Operación Triunfo o American Idol. Un producto apto "para todo público" que termina siendo sólo para los que escuchan la música que escuchan todos. Y si no, ahí están los tres cantantes (Cristina Blanco, Luciana Tourne y Adrián Menet) que parecían salidos de un programa de esos. Buena técnica vocal, registro bien trabajado y todos los tics vocales (¿se acuerdan de Luli Pizarro?) de los adolescentes con ganas de convertirse en estrellas de un día al otro. Con ese defecto que tienen los estudiantes de locución: ¿no escucharon que casi todos los estudiantes de locución tienen la misma voz? Bueno, casi todos los cantantes que estudian suenan parecidos y hacen las mismas piruetas con sus voces. La "culpa" es de Christina Aguilera, Whitney Houston y Celine Dion que confunden la música con un festival de destrezas vocales. Por eso la aparición de Ricardo Soulé (medio desvencijado y con problemas para subir al mangrullo que estaba instalado en el medio del escenario) fue balsámica. Ninguna gran voz. Cantaba con su voz y sonaba su voz, con sus límites, sus defectos y con su única virtud: sonaba auténtica. Medio que ya cansaron los regresos de Vox Dei y las veces que Soulé ha vuelto a abordar su obra más conocida pero en medio de tanta chatura lo suyo tenía relieve. En una época de celulares que transmiten imágenes, sonidos, música, que sacan fotos, que se conectan a internet, se mandan mails y hacen destellos audiorítimicos, la presencia de Ricardo Soulé sonó a un teléfono de Entel con disco (nada de botonera). Una metáfora medio burda, sí, pero no tan descentrada. Lástima que sólo cantó una canción, hubiera hecho que el resto del show se vuelva un poco más placentero. Lástima que tan buenos músicos como los que hubo sobre el escenario hayan sido dirigidos por alguien que cree en ese sonido "moderno". Una noche para olvidar y para volver a desempolvar el vinilo de Vox Dei y darse cuenta de que era un disco no muy enorme pero tampoco tan pequeño.

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