jueves, noviembre 04, 2004

Show de Gillespi en Willie Dixon el 31 de octubre

Muchas veces ciertos puristas le preguntan a Gillespi si le cuesta separar todas sus facetas: la de músico, la de humorista, la de escritor, la de hombre de radio. Para suerte nuestra, la realidad no está guardada en compartimientos y todo se entrevera como puede. Gillespi es una pequeña muestra de que el resultado de esa mezcla incluso es divertido. Porque quienes estuvimos el domingo en Willie Dixon pudimos disfrutar de su música, de su histrionismo, de su manera descontracturada de concebir un show. Pudimos disfrutar "eso" que es Gillespi.
Acompañado por una banda de lujo: Patán Vidal (teclados), Gerardo Prícolo (batería), Pablo Plebs (guitarra), Gustavo Giles (bajo) y La Cabra (voz), la banda mostró su versatilidad para entregarnos ese batido de jazz, funk, reggae y soul. Músicos experimentados y con ganas de tocar. ¿Qué más podemos pedir?
Por la noche pasaron varias canciones de su última producción "Es" (2004) que aún no está muy difundida y también de su anterior "Superchatarra Speshal" (2003) que fue su entronización oficial como músico luego de ganar el premio Gardel. Los mejores momentos se dieron en la versión acelerada de "The Chicken" (Jaco Pastorius), en el solo de bajo de Gustavo Giles en "Extrabrut" donde asombró con su técnica (imagino la cara de los bajistas al ver ese solo), en un rescatado del olvido y bailable "Inbetweenies" de Ian Dury (autor del clásico "Sex & Drug & Rock and Roll").
Uno de los mejores momentos humorísticos de la noche (y hubo varios) fue cuando Gillespi dijo que tiene miedo de ser mufa, porque cuando le pidió el tema al manager de Ian Dury, al poco tiempo este músico murió. Hizo un silencio teatral y agregó: "y bue, será cuestión de pedirle una canción a Copani". Y uno pensaba a esa altura que bueno era estar sentado ahí, escuchando música, riéndose y rogaba que no terminase nunca.
Pero el show debe terminar y en ese fin vino un regalo de los músicos: "I don't wanna be so lonely tonight" con Patán Vidal y Gillespie, y la voz de La Cabra llenándolo todo. El regalo del público fue el silencio absoluto (y digo absoluto) con que escuchó esta versión. El Willie Dixon estaba irreconocible, ni siquiera los mozos se movían, daba la sensación de que se había creado un pequeño microclima y que cualquier ínfimo ruido podía destruir el encanto.
Cuando todo terminó, o al menos eso creímos, la gente de Willie Dixon hizo un regalo extra para los que nos quedamos un poco más. En la pantalla gigante pasaron un recital y entrevista a Miles Davis en su época más funk (con Ken Folley y su "piccollo bass"). A la mañana siguiente sería lunes pero eso poco importaba.

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